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  • Enultimamesa

Mi primera última mesa


Estaba en nivel 5, en el taller XV de la Richi (para los “no richi”, el taller de Juvenal Baracco llamado Metáfora). El encargo fue un esquisse inicial y el producto era un dibujo. No recuerdo bien qué hice (o no les quiero decir) pero al entrar luego de la calificación, me busqué y me busqué mientras los profes hablaban, éramos un montón y no me encontraba y, me vi en última mesa.


Fue devastador. Yo, además, como dice Jack: “excelled without ever even trying” (eso fue en el cole, estás en la universidad, me repetía) pensar que me estaba pasando eso, era surreal. Felizmente todos los momentos así nos ayudan a pisar tierra. La siguiente entrega estuve en primera mesa, pero luego quedé al medio y nunca entendí nada.


Con estos primeros años de experiencia docente me he dado cuenta de que, recién ahora creo haber entendido el rollo del concepto (en arquitectura, en el arte aún me falta). Me encanta la palabra para un ejercicio, pero el problema es que significa tantas cosas, a veces tan disímiles para muchos arquitectos-docentes, que los alumnos se confunden y muchas veces andan a la deriva. Lo entiendo porque me pasó a mí y se lo he confesado a algunos alumnos en “lapsus creativo”.


Esto puede ser frustrante y es algo que debemos mejorar como facultad. Hemos empezado un círculo de crítica y creo que no hay nada de malo en reconocer nuestras “oportunidades de mejora” - ¡ja! -. Hablamos y entendemos de qué va el concepto, pero en realidad transmitimos el mensaje de maneras tan distintas, que los alumnos se desubican. Y creo que podemos hacer un esfuerzo y tratar de poner las cosas un poco más claras.

Nuestros alumnos sufren los problemas de su generación (ya los hemos conversado y no son algo en lo que quiero profundizar) pero también tienen ventajas que nosotros no tuvimos, pongamos ese rollo del concepto en sus términos. Con esto, quiero precisar que este texto es también una invitación a colaborar. También debo precisar que he rescatado varias cosas de conversaciones con mis colegas y les agradezco aunque no recuerde quién dijo qué.


Tipos de conceptualización for millenials


El concepto como figura o prefigura

  • Suele ser un objeto tridimensional con característica vinculadas a lo “bello” o lo “impactante” en términos estéticos

  • Suele incluir una composición equilibrada (la mayoría de las veces, asimétrica)

  • Puede “simbolizar” en la medida que no sea demasiado literal

  • Puede incorporar nociones de movimiento, intensidad, viscosidad, direccionalidad

  • Pero también pueden ser estáticas, estereotómicas, minimalistas

El concepto como experiencia

  • Trabajar para los sentidos, pero también para producir una experiencia estética

  • La espacialidad suele lograrlo, a partir de las famosas relaciones espaciales

  • Cosas que te sobrecogen, que te embargan, que te permiten hacer introspección, que te conectan con la naturaleza, con nuestro rol de dasein

El concepto como juego geométrico

  • Podría estar dentro de la prefigura pero el juego tecnológico está haciéndose un espacio propio

  • Geometrias complejas, filogénesis, morfogénesis, diseño paramétrico

  • Distorsiones, operaciones exponenciales, división, fragmentación, desfases, rotaciones (según alguna lógica o intención que las organice)

  • Otras opciones que deriven de combinar el poder de la DATA con los softwares de diseño asistido, o con nuestra manera de pensar

  • *La biomorfosis es un buen ejercicio de entrenamiento, pero me resulta demasiado literal para la arquitectura

El concepto como idea más abstracta e imprecisa

  • Justamente por esta imprecisión es divertido explorar “la noción de”, pero es bastante inaprehensible

  • Esto tiene que ver también con esa bendita “sensibilidad” de la que hablamos, pero también con nuestras formas propias, personales y subjetivas de ver las cosas

  • El tiempo / el instante

  • La identidad

  • El fuckin´ habitar

El concepto (y ese momento incómodo en el que tengo que dar referentes)


Además de esta amplia gama de posibilidades que ido identificando (y que recién me pongo a listar), enseño historia de la arquitectura y es la historia que tiene la parte “de los cuentos de hadas” como me gusta llamarle: prehistoria, edad antigua y edad media. Y no veo que ninguno de esos edificios tengan una carga conceptual. Me explico.


La mayoría de las decisiones en los primeros 55 siglos (40 000 a.C. - 1500 d.C.) están determinadas por la necesidad o por los recursos naturales locales (la arquitectura era una respuesta lógica, estética pero eficiente a determinadas necesidades sociales). Tal vez los templos se hayan aproximado porque inevitablemente tocan el tema de la eternidad y la divinidad, pero lo que realmente resuelven es una rito, una secuencia espacial con unas experiencias marcadamente distintas y maravillosas. Pero no se desarrollan a partir de un concepto traducido a la arquitectura sino en una lógica precisa y hasta rítmica. Y en una idea de dios que tiene que ver con aquellas nociones universales que hasta a los ateos pueden sobrecoger: la muerte, la vida después de la muerte, la eternidad, el renacimiento y/o el final (además, por supuesto, a pelan a los roles simbólicos que cada mitología propone - que dicho sea de paso, suele mantener los mismo patrones - en fin).


Los edificios de infraestructura pública tampoco contemplaban la idea de un concepto abstracto, que les permitiera “asentarse sobre el territorio de una manera sutil que produce una atmósfera determinada”, quiero decir, de hecho lo hacen, pero los arquitectos que los diseñaron no estaban pensando en eso. Estaban utilizando un sistema. Un sistema de elementos constructivos que tenía funciones y formas según esas funciones. Un sistema compuesto por partes de un todo, en el que las medidas estaban vinculadas geométricamente con nuestra antropometría. Un sistema en el que todos los elementos incorporan una cierta noción de ornamento, que a veces estaba vinculando con un símbolo y las otras, con un sistema estructural previo.


Pedro Azara plantea que nos es absolutamente imposible poder determinar qué imaginaban las mentes de los artistas y arquitectos de la edad antigua pues “nunca sabremos qué pensaban, cómo miraban y criticaban el mundo, ni cómo traducían en obras sus impresiones mundanas y extramundanas” (2015, p. 10). Pero yo sinceramente creo que no estaban pensando en el concepto como lo hacemos ahora. Y claro, el arte evolucionó y le empezó a asignar cada vez mayor responsabilidad al observador y estuvo genial eso. Pero en el interín, la arquitectura experimentó estos atisbos y siento que aun estamos conversando en un lenguaje indeterminado o por lo menos ambiguo y confuso, demasiado amplio.


Luego, el rally point entre gótico-renacimiento-barroco-neoclásico-revivals resulta súper divertido para seguir explorando un sistema (ya sea constructivo u organizacional o ritual o whatever) bajo distintas variables: la altura, la luz, lo grotesco, la proporción, la perspectiva, lo clásicamente bello, la curva-contracurva, la exageración, lo afectado, lo urbano, lo moderno (lo moderno en el sentido del XV, no en el del siglo XX). Todas estas variables (o categorías dependiendo de de dónde se les mire) le generan a ese sistema base distintas maneras de reproducción y adaptación a un territorio determinado.


Luego cuando aparece el lenguaje moderno, simplificamos el sistema, lo reducimos a su mínima expresión y a su verdad estructural. Y luego con la postmodernidad, ya lo empezamos a cuestionar todo de nuevo y no hemos parado desde entonces. Pero lo moderno, el lenguaje moderno nos permite resolver grandes escalas y proporciones. A veces resulta demasiado complejo resolver esas dimensiones y los recursos “del mundo real” sólo pueden limitarse a eso. Pero ahí está su belleza, es el lenguaje de la explosión urbana y de la reconstrucción post guerra. Es hermoso por lo que significa en su momento, un maravilloso renacer a punta de pura máquina, de esa máquina que nos va a resolver el futuro ad infinitum.


A veces también lo incorporamos a nuestro quehacer moderno, porque esa quietud y maravilla que es el lenguaje moderno es siempre vigente. Pero a veces, el mundo contemporáneo requiere de otras cosas. No puede estar compuesto por esa monotonía reticular, blanca o de concreto. A veces queremos rosado con dorado y cinta Möebius. Mejor dicho, y para que no parezca que lo digo yo porque “me gusta el rosado”: Goldberger afirma que en las ciudades contemporáneas la arquitectura debe proponer edificios de primer término y edificios de telón. Y la postmodernidad tiene una gran chance de ser el lenguaje de los edificios de primer término del siglo XXI. Bueno, hasta que aparezca un nuevo período al que seamos capaces de bautizar. No se si la inminente apocalipsis ambiental nos lo vaya a permitir.


Comentarios finales (mea culpa)


Pero volvamos al concepto, resulta que la complejidad del tiempo arquitectónico que vivimos, casi que nos obliga a construir un discurso conceptual-teórico individual para cada tipo de proyecto, por lo menos de los que estamos gestando como facultad en el proyecto de fin de carrera. El problema es que, y varios profesores me han oído ya decirles esto, los talleres verticales no necesariamente están entrenando a los alumnos en esa complejidad. No digo que estén haciendo mal su trabajo, sino que uno de los graves problemas es que lo estamos comunicando mal a los alumnos. Y no es nuestra culpa, es la brecha generacional. Nosotros estábamos acostumbrados a tratar de traducir a nuestro profesor y resolver nuestras dudas solos, porque como generación éramos más “recurseros” (se entiende por qué, ¿no?).


Nuestros alumnos no se dan cuenta de que cuando les hacemos un esquema estructural en la pizarra estamos dándoles una plantilla versátil que ellos pueden (y deben) distorsionar o adaptar según la lógica que prefieran. No son capaces de cruzar la idea de la organización secuencial-axial de la arquitectura estereotómica para que se pueda curvar o fragmentar o simplemente complejizar. No se dan cuenta de que cuando les mostramos un edificio que nos conmueve o nos emociona no es para que copien literalmente esos gestos en otro orden, sino para que traten de construir su propio discurso a partir de las variables que ellos decidan son pertinentes. Tampoco se dan cuenta de que eso que están haciendo, es investigación proyectual.


Pero bueno, confiemos en que eventualmente podremos tender brechas y clarificar a qué nos referimos cuando hablamos del concepto, de la prefigura o figura, o de la toma de partido o la intención o del tema de interés. Tal vez sea cuestión de que tratemos de usar los mismos términos para fases específicas del proyecto. O tal vez sea cuestión de que nuestros alumnos traten de entrenarse un poco más en su auto-exigencia y decidan ellos mismos, y bajo su responsabilidad, a qué nos estamos refiriendo, según su propio nivel de profundidad.


Una de las maneras más útiles es convertir la crítica en un diálogo. A veces los profesores, inevitablemente, “vemos más allá de lo evidente” en el sentido de ver algo que realmente no está ahí por estar habituados a buscar el potencial en cada una de las propuestas, aunque a veces algunas nos las tengan. Tenemos que verificar que aquello que está en nuestra cabeza es lo que el alumno está pensando. Si algo aprendí en mis años en el Taller Básico B fue que el alumno debe sustentar con palabras y con dibujos lo que estamos viendo en la maqueta.


Corolario


Pero para clarificarme a mi misma esta terminología, voy a ensayar algunas definiciones. La investigación proyectual debe no solo incluir todo el aspecto técnico, sino también el teórico-conceptual. Al inicio debemos entrenarnos en conceptos (como en la edad antigua) y luego debemos ir complejizando el asunto con sistemas y discursos. Para los conceptos suelen ser suficientes los gráficos, esquemas e imágenes. Para los discursos lo ideal es leer y escribir (es mentira que el arquitecto no lee).


La figura o prefiguración es un objeto, que tiene ciertas cualidades compositivas y que de alguna manera muestra una intención sobre la forma (esa intención debe ser justificada, pero de una manera profunda y no literal). Es un objeto que puede estar en el contexto e interactuar con él o, puede ser una objeto de forma genérica cuya forma engloba la intención general (con posibilidades de de volverse específico, es decir de adecuarse luego, a un contexto determinado).


La toma de partido es una postura. No hay definición más clara y sin embargo resulta tan ambigua. Una postura sobre el territorio, sobre la relación del edificio con el paisaje, sobre la semiótica de la composición y a veces su única función es evidenciar la problemática que está resolviendo y en ese sentido toma partido por algo.


La idea es algo bastante general, se suele utilizar en niveles más bajos para que el alumno intente construir el discurso desde la prefigura, la toma de partido o alguna intención compositiva más básica.


El concepto es el término con el que he encontrado mayores divergencias. Algunos lo asumen como una prefigura, otros como una toma de partido, otros como una mezcla de todas las anteriores (incluyendo aspectos técnicos, urbanos, sociológicos y demás menesteres) incorporados al lugar y al problema.


El orden puede variar, puede a veces ser inconsciente y puede omitir alguno o varios de los pasos, pero suele ser del siguiente modo: investigar - idear - prefigurar - tomar partido - conceptualizar - hacer arquitectura. Pero la realidad es que a veces hay una geometría que nos resulta de manera intuitiva y luego nos metemos en problemas tratando de darle sentido. A veces nos liga, pero el entrenamiento real está en tratar de construir nuestro propio proceso, pero no seremos capaces de construir sino no reconocemos aquellos hombros sobre los que nos estamos parando. Seamos más curiosos.


Angeles Maqueira Yamasaki

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