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A mis compatriotas

Mientras los escucho aplaudir y silbar, y ¡gritar! y cantar desde hace algunos minutos… no voy a decir que no me emociona, me emocionó hasta las lágrimas el primer día… pero luego recuerdo (y se me pasa).

Recuerdo todas aquellas veces en que vi a un compatriota “hacerla linda”, pasarse la luz, robarse una cuadra en sentido contrario, botar una botella de gaseosa por la ventana del carro –y encima reduce la velocidad para hacerse el más bacán–, gritarle a su vecino porque su perro ladra, tirar la basura desde el cuarto piso, hablarle mal a un mozo o mesera –seguro porque a ellos les hablaron mal en algún momento– no les creo pues.

No les creo porque yo misma me siento violentada en esta ciudad. Cuando soy peatón, no me dan el pase, ni siquiera me miran, menos tienen la decencia de hacer luces para comunicarse conmigo. Como peatón, soy parte del ecosistema urbano y si quieres ser un animal mas en este ecosistema, yo no tengo porque correr peligro por tu falta de empatía.

No manejo porque me causa pavor. Tener que esquivar a esos prepotentes que hacen lo que les da la gana es una proeza que le admiro a mi madre y hermana, pero no tuve ganas de bancármela –me vale si les parece cobarde o cínico de mi parte– pero bueno, el hecho es que no manejo. Pero igual que muchos otros limeños, siento que salir en auto es ir a la guerra. Tratas de ser paciente, de respirar, de distraerte, de pensar en otra cosa, pero siempre hay una sensación de vulnerabilidad que, por mas pequeña y habitual que sea, está ahí. Tenemos miedo todos los días.

Bueno, tal vez no todos, creo que hay seres humanos que viven en esta ciudad (creo que también en otras, aunque ahorita no recuerdo algo preciso) a los todo les “importa un pincho”, les vale verga pues si alguien les hace luces, o si necesita el asiento reservado, o si el policía lo paró. Les vale madre todo, incluso todos nosotros, y ahí es donde siento miedo. Y siento como si estuviéramos divididos en dos bandos. Dos bandos que simplemente entienden la convivencia urbana de maneras distintas.

Unos sienten y han sentido por mucho tiempo, que vivir en la ciudad es pelearse con un enemigo –abstracto, colectivo o algo entre esos dos– al que tienen que “sacarle la vuelta” y que para lograr ese objetivo, el fin suele justificar los medios. Por que no es justo que para algunos sea más fácil que para ellos.

El otro bando quiere que vivir en una ciudad sea una experiencia pacífica, empática, tolerante y saben que para lograr eso, a veces tienen que dar (no ceder), compartir (no limosnear), empatizar (no humillar). No siempre sale naturalmente, algunos se hacen violencia para controlar las ganas de gritar, de desesperarse, de perder la paciencia.

Vivas en el distrito que vivas, trabajes en el sector en el que trabajes, hayas estudiado en el colegio en el que hayas estudiado, estas en uno de esos dos bandos. O estás dispuesto a ser empático y tolerante por el bienestar común o te vale madre y quieres sacarle la vuelta a todo para salirte con la tuya. Por eso es que no les creo. Por que se que varios de esos que aplauden y gritan y hace hurras, están en el bando contrario al mío. Escucho los aplausos y me duelen. No somos la sociedad que creemos ser o que aparece en las redes. Somos una sociedad egoísta, aunque no todos.

Si esta experiencia no nos cambia, es porque no la hemos aprovechado. Si no nos hace querer más a nuestra familia y amigos, si no nos hace valorar a nuestros ancianos, educar con cariño y respeto a nuestros hijos, si no nos hace empatizar con el vecino, aprender a respetar a nuestras autoridades, responsabilizarnos a nosotros mismos por nuestras elecciones políticas e informarnos para hacerlo mejor cada vez, si no nos hace respetar todos los oficios, desde héroes rurales hasta los urbanos, volveremos a enfermar.

O mejor dicho, seguiremos siendo una sociedad enferma. Una sociedad egoísta, una sociedad que no aprende a hacerse comunidad, que no evoluciona, que no tolera, que no empatiza, que no perdona.

¡Lima es una ciudad hermosa! ¡El Perú es un país hermoso! Los horribles somos los peruanos y los limeños del bando egoísta, del bando mediocre, del bando que nunca es capaz de ponerse en el lugar del otro. Quiérete y quiérela un poco mas y así tus aplausos tendrán algo de sentido.


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